
por Eva María de Trujillo
¡Qué bueno que las jóvenes estén redescubriendo el encanto de la falda y la feminidad del vestido!
En nuestro mundo occidental, toda una generación de mujeres prácticamente se levantó en jeans; y la generación anterior, la que ahora ronda los setenta, se ha acostumbrado tanto a usar pantalones que ya no se los quita.
Recordemos que durante muchos siglos las faldas largas engalanaban a las mujeres y que para las nacidas antes y durante la Primera Guerra Mundial, los pantalones jamás fueron una alternativa: sólo contra su voluntad se los hubieran puesto. En Europa, las mujeres apenas empezaron a usar pantalón en la guerra y posguerra, cuando los hombres en edad productiva se habían ido al frente o habían muerto y por eso muchas mujeres se vieron forzadas a realizar trabajos masculinos pesados y a la intemperie. Se veían horrorosas en los overoles de sus maridos y los usaban solamente por esa necesidad.
Cuando en Occidente se intensificaban los movimientos feminista que luchaban por derechos de voto e igualdad de oportunidades laborales, la imagen de una mujer usando pantalones simbolizaba el feminismo radical; se interpretaba como una mujer rebelde y marimacha.
Poco a poco, el pantalón femenino se fue refinando, mejorando corte y estilo, e incorporando al guardarropa normal de cualquier mujer moderna que se desenvuelve con autonomía en el mundo de los hombres. Esa evolución culminó con el famoso esmoquin femenino de Ives Saint Laurent, una prenda de alta costura que llegó incluso a ser alternativa para vestir de noche.
Hoy en día, ninguna prescindimos del pantalón por muchas razones prácticas, pero si vamos a ser sinceras, debemos confesar que sí hemos estado abusando de él. La excesiva utilización de pantalones y vaqueros nos ha robado feminidad y restado elegancia.
¡Que viva el vestido! ¡Que viva la falda! ¡Recuperémosla y celebrémosla! Es una prenda maravillosa para una buena puesta en escena y para dar equilibrio y movimiento la silueta. Siempre aporta elegancia su corte recto y alargado, y cuando es acampanada, plisada, larga o en mil variaciones, siempre aporta vuelos y efectos que añaden gracia a los movimientos. En ningún guardarropa femenino puede faltar la falda para vestir de tarde, de noche y para las ocasiones de gala. Es imprescindible.
La única manera de convertir a la falda en un error, es usándola demasiado apretada o cortándola mini.
En nuestro mundo occidental, toda una generación de mujeres prácticamente se levantó en jeans; y la generación anterior, la que ahora ronda los setenta, se ha acostumbrado tanto a usar pantalones que ya no se los quita.
Recordemos que durante muchos siglos las faldas largas engalanaban a las mujeres y que para las nacidas antes y durante la Primera Guerra Mundial, los pantalones jamás fueron una alternativa: sólo contra su voluntad se los hubieran puesto. En Europa, las mujeres apenas empezaron a usar pantalón en la guerra y posguerra, cuando los hombres en edad productiva se habían ido al frente o habían muerto y por eso muchas mujeres se vieron forzadas a realizar trabajos masculinos pesados y a la intemperie. Se veían horrorosas en los overoles de sus maridos y los usaban solamente por esa necesidad.
Cuando en Occidente se intensificaban los movimientos feminista que luchaban por derechos de voto e igualdad de oportunidades laborales, la imagen de una mujer usando pantalones simbolizaba el feminismo radical; se interpretaba como una mujer rebelde y marimacha.
Poco a poco, el pantalón femenino se fue refinando, mejorando corte y estilo, e incorporando al guardarropa normal de cualquier mujer moderna que se desenvuelve con autonomía en el mundo de los hombres. Esa evolución culminó con el famoso esmoquin femenino de Ives Saint Laurent, una prenda de alta costura que llegó incluso a ser alternativa para vestir de noche.
Hoy en día, ninguna prescindimos del pantalón por muchas razones prácticas, pero si vamos a ser sinceras, debemos confesar que sí hemos estado abusando de él. La excesiva utilización de pantalones y vaqueros nos ha robado feminidad y restado elegancia.
¡Que viva el vestido! ¡Que viva la falda! ¡Recuperémosla y celebrémosla! Es una prenda maravillosa para una buena puesta en escena y para dar equilibrio y movimiento la silueta. Siempre aporta elegancia su corte recto y alargado, y cuando es acampanada, plisada, larga o en mil variaciones, siempre aporta vuelos y efectos que añaden gracia a los movimientos. En ningún guardarropa femenino puede faltar la falda para vestir de tarde, de noche y para las ocasiones de gala. Es imprescindible.
La única manera de convertir a la falda en un error, es usándola demasiado apretada o cortándola mini.
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