
por Eva María de Trujillo
Ya llega la fecha esperada por muchos niños y niñas que recibirán a Jesús Sacramentado por primera vez. La ocasión es muy solemne, pero no se compagina con la ostentación, por lo cual conviene cuidar la sobriedad, tanto en el vestido como en la reunión que se programe para después de la misa.
Las niñas no han de parecer ni princesas, ni novias en miniatura, sino lucir sencillas y tiernas de acuerdo a su edad, en un clásico vestido impecablemente blanco, elaborado en muselina, organdí o organza, con alforzas y letines o encajes. Como el color blanco es símbolo de la pureza del alma que se ha preparado para el encuentro con Dios, el vestido no debe llevar ningún lazo de otro color en la cintura ni en el corte princesa. Siempre tendrá mangas, cortas o largas, según el clima; la forma de la manga puede variar; actualmente se han impuesto las mangas lisas, menos abombadas que antes.
El atuendo se complementa con medias y zapatillas blancas (p.ej. tipo bailarinas) y un bonito peinado que no sea demasiado sofisticado. La mamá decidirá si conviene que lleve en la cabeza un velo de organdí suizo, o una coronita de florecitas o unos lazos blancos. Verá si conviene o no llevar guantes y un bolsito compañero del vestido; pero lo que realmente importa es que la niña no se distraiga en la ceremonia religiosa por tantos adornos que le roban su atención.
Cuando el vestido se hereda de la hermana o de la mamá (lo cual es una hermosa costumbre que conservan muchas familias), habrá que prever el tiempo suficiente para “restaurar esa joya familiar”, hacerle los arreglos necesarios y lavarlo con toda la delicadeza del caso para que el vestido guardado recupere su blancura.
Los varones, dependiendo del clima, estarán perfectos de traje o blazer, camisa blanca, corbata o corbatín; en el trópico vale la guayabera de alforzas o bordados, pantalón largo beige o blanco. Complemento indispensable es el zapato de cuero cerrado.
La mamá se destacará por su elegancia discreta, llevando un atuendo (preferentemente en tonos pastel) muy sencillo y muy sobrio, que no llame la atención ni por el escote, ni por lo corto o lo ajustado de la falda. El papá le hará honor a la ocasión vistiendo también chaqueta y corbata, o en el trópico, su mejor guayabera.
Las fotos de ese gran día serán grato recuerdo por generaciones; pero es importante insistir en que quienes vayan a tomar las fotos no perturben la ceremonia, ni distraigan a los niños de lo esencial, que el encuentro sacramental con nuestro Señor.
Las niñas no han de parecer ni princesas, ni novias en miniatura, sino lucir sencillas y tiernas de acuerdo a su edad, en un clásico vestido impecablemente blanco, elaborado en muselina, organdí o organza, con alforzas y letines o encajes. Como el color blanco es símbolo de la pureza del alma que se ha preparado para el encuentro con Dios, el vestido no debe llevar ningún lazo de otro color en la cintura ni en el corte princesa. Siempre tendrá mangas, cortas o largas, según el clima; la forma de la manga puede variar; actualmente se han impuesto las mangas lisas, menos abombadas que antes.
El atuendo se complementa con medias y zapatillas blancas (p.ej. tipo bailarinas) y un bonito peinado que no sea demasiado sofisticado. La mamá decidirá si conviene que lleve en la cabeza un velo de organdí suizo, o una coronita de florecitas o unos lazos blancos. Verá si conviene o no llevar guantes y un bolsito compañero del vestido; pero lo que realmente importa es que la niña no se distraiga en la ceremonia religiosa por tantos adornos que le roban su atención.
Cuando el vestido se hereda de la hermana o de la mamá (lo cual es una hermosa costumbre que conservan muchas familias), habrá que prever el tiempo suficiente para “restaurar esa joya familiar”, hacerle los arreglos necesarios y lavarlo con toda la delicadeza del caso para que el vestido guardado recupere su blancura.
Los varones, dependiendo del clima, estarán perfectos de traje o blazer, camisa blanca, corbata o corbatín; en el trópico vale la guayabera de alforzas o bordados, pantalón largo beige o blanco. Complemento indispensable es el zapato de cuero cerrado.
La mamá se destacará por su elegancia discreta, llevando un atuendo (preferentemente en tonos pastel) muy sencillo y muy sobrio, que no llame la atención ni por el escote, ni por lo corto o lo ajustado de la falda. El papá le hará honor a la ocasión vistiendo también chaqueta y corbata, o en el trópico, su mejor guayabera.
Las fotos de ese gran día serán grato recuerdo por generaciones; pero es importante insistir en que quienes vayan a tomar las fotos no perturben la ceremonia, ni distraigan a los niños de lo esencial, que el encuentro sacramental con nuestro Señor.
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