En este Año de la Misericordia es importante revisar el amor, hacia dónde se dirige mi corazón con más facilidad a lo largo del día: ¿Amo a Dios y lo descubro en todo lo que sucede? ¿Dejo a veces la Misa del domingo por no considerarla el momento más importante de la semana? Recuerda que se cumple el precepto desde el sábado después de las doce.
“Lleva a tu diálogo con Dios esta consideración: como la santidad —la lucha para alcanzarla— es la plenitud de la caridad, has de revisar tu amor a Dios y, por El, a los demás. Quizá descubrirás entonces, escondidos en tu alma, grandes defectos, contra los que ni siquiera luchabas: no eres buen hijo, buen hermano, buen compañero, buen amigo, buen colega; y, como amas desordenadamente “tu santidad”, eres envidioso. Te “sacrificas” en muchos detalles “personales”: por eso estás apegado a tu yo, a tu persona y, en el fondo, no vives para Dios ni para los demás: sólo para ti.” (San Josemaría Escrivá, Surco 739)..
La misericordia de Dios, si dejamos que nos entre en el alma, nos lleva a revisar el amor, para ver dónde pongo el corazón, qué atrae mis sentimientos, o si por cualquier cosa salen reacciones de impaciencia, hasta de ira…
La misericordia, para hacernos felices, tiene que invadir alegremente todo lo de nuestra vida. Quien se abandona en Dios, transmite, muchas veces sin darse cuenta, la alegría que Dios le da, una “alegría que nace de la gratuidad de un encuentro. Es escuchar: «Tú eres importante para mí», no necesariamente con palabras.(...)Y es precisamente esto lo que Dios nos hace comprender…” (Palabras del Papa Francisco el 6 de julio 2013).
Y lo que cada uno puede hacer comprender aprovechando las gracias que nos da el Año de la Misericordia.
No se te olvide: sólo nos quedan tres meses para poder ganar el Jubileo.
“Lleva a tu diálogo con Dios esta consideración: como la santidad —la lucha para alcanzarla— es la plenitud de la caridad, has de revisar tu amor a Dios y, por El, a los demás. Quizá descubrirás entonces, escondidos en tu alma, grandes defectos, contra los que ni siquiera luchabas: no eres buen hijo, buen hermano, buen compañero, buen amigo, buen colega; y, como amas desordenadamente “tu santidad”, eres envidioso. Te “sacrificas” en muchos detalles “personales”: por eso estás apegado a tu yo, a tu persona y, en el fondo, no vives para Dios ni para los demás: sólo para ti.” (San Josemaría Escrivá, Surco 739)..
La misericordia de Dios, si dejamos que nos entre en el alma, nos lleva a revisar el amor, para ver dónde pongo el corazón, qué atrae mis sentimientos, o si por cualquier cosa salen reacciones de impaciencia, hasta de ira…
La misericordia, para hacernos felices, tiene que invadir alegremente todo lo de nuestra vida. Quien se abandona en Dios, transmite, muchas veces sin darse cuenta, la alegría que Dios le da, una “alegría que nace de la gratuidad de un encuentro. Es escuchar: «Tú eres importante para mí», no necesariamente con palabras.(...)Y es precisamente esto lo que Dios nos hace comprender…” (Palabras del Papa Francisco el 6 de julio 2013).
Y lo que cada uno puede hacer comprender aprovechando las gracias que nos da el Año de la Misericordia.
No se te olvide: sólo nos quedan tres meses para poder ganar el Jubileo.
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