DOCTRINA Y VIDA


ADVIENTO: ESTAR PREPARADOS

por Concepción Campá

Lo mismo que en el tiempo de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. Pues, como en los días que precedieron al diluvio comían y bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día mismo en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta sino cuando llegó el diluvio y los arrebató a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre (...) Velad pues, ya que no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor.(…) estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre” (Mt. 24.37-44).
Jesús está hablando a las gentes. Nosotros tenemos nuestra mirada puesta en El. Parece que está viendo aquello que nos cuenta. Sus pupilas brillan con intensidad y nos hablan del cataclismo que sucedió hace ya muchos miles de años.

Noé era justo –dice el Antiguo Testamento-, íntegro y temeroso de Dios entre sus contemporáneos (…) La tierra estaba corrompida delante de Dios (….) Entonces dijo Dios a Noé: Veo llegado el fin de toda carne porque la tierra está llena de todo iniquidad por causa de los hombres (…) Hazte un arca de maderas resinosas (…) Yo voy a arrojar sobre la tierra un diluvio de aguas (…) Todo cuanto hay sobre la tierra morirá. Contigo, en cambio, establecerá mi alianza. Hízolo así Noé, conforme Dios le mandó”. (Gen. 6, 9-21)

En los ojos de Jesús se refleja el azul del mar. Fueron aquellas aguas las que cubrieron la tierra. Los hombres, insensibles y despreocupados de Dios, van a lo suyo.
Noé fue fiel a Dios. Las gentes de su tiempo eran egoístas y se reían de las leyes de Dios. Se burlaban de Noé. “¡Estás loco! Construir un barco e impregnarlo de brea, aquí en medio del bosque.” Le tenían por un hombre extraño, ya que no seguía sus corrompidas costumbres. Pero un día “todas las fuentes del gran abismo cayeron sobre la tierra, las cataratas del cielo se abrieron y fue el diluvio durante cuarenta días y cuarenta noches” (Gen 7, 11-12).
También hoy, Jesús me enseña: ¡No dejes de hacer el bien! ¡No te olvides de rezar! ¡No seas egoísta! ¡Vive como un hijo de Dios! Como fue en tiempo del diluvio, así será el final del mundo.
Jesús, yo quiero servirte. Estar preparado siempre. Amarte a Ti es lo único verdaderamente importante. Todo lo demás quiero ponerlo en un segundo plano. Te ofrezco mi vida. Lo más grande y lo más pequeño de cada día quiero dártelo para que lo conviertas en un barco de salvación.

Ha llegado el Adviento. ¡Qué buen tiempo para remozar el deseo, la añoranza, las ansias sinceras por la venida de Cristo!  ¡por su venida cotidiana a tu alma en la Eucaristía! —Ecce veniet! —¡que está al llegar!, nos anima la Iglesia." (Forja, n. 548)

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