MODA


SER MUJERES, MUY MUJERES
por Eva María de Trujillo

Parte de la felicidad está en aceptarse, identificarse plenamente con quien se es, con lo que se es y realizarse según la naturaleza, nunca en contra de ella. 
Abundan las voces que incitan a la mujer a que iguale al hombre, que rivalice con él o lo supere, que se libere de “trampas” como el matrimonio y la maternidad, pero ya sabemos cuánto pierde ella por esa ruta del feminismo radical porque ahí anula su propia esencia. Tratando de ser lo que no es, no solo la mujer pierde su riqueza natural sino también priva al resto de la humanidad de aquello tan valioso que ella está llamada a aportarle. 
En el sabio diseño original, la mujer y el hombre se complementan armónicamente y el mundo se enriquece con la doble perspectiva.  
Ser muy mujer es valorar la diferencia y desarrollarla para beneficio de todos. La mujer tiene cualidades innatas que la hace aparecer atrayente, fascinante, inagotable y amable para el hombre. 
Más que de sus atributos físicos, la diferencia está en su modo de ver, pensar, sentir, reaccionar, otro modo de estar presente en el mundo y abordar sus problemas. 
La mujer suele percibir los pequeños detalles, captar situaciones con intuición; tiene gran sensibilidad por las necesidades de los demás; razona no solo con el cerebro sino también con el corazón; mira a las personas una a una, se fija en su mirada; se conmueve ante el ser indefenso; posee un instinto protector aunque no sea madre biológica; por eso es capaz de proyectar su sentido maternal a toda una comunidad, haciendo más humana cualquier empresa que tenga a su cargo, sin dejar que un reglamento cuadriculado enjaule la caridad y la comprensión. 
Su eficaz modo de relacionarse suele ser la amabilidad y la ternura. Su autoridad y mando están anclados en el servicio que presta cuidando de los demás, sin alardes y sin esperar condecoraciones. Ella reina sirviendo y sirve reinando.
Suele tener un gran sentido de justicia, pues procura darle a cada ser según lo que necesita en ese momento. 
La fortaleza del “sexo débil” y su perseverancia son proverbiales. Como madre es inigualable su capacidad de sacrificarse por amor, sin que ella misma perciba como sufrimiento los sacrificios que implica su entrega incondicional. 
En fin, las mujeres somos felices acogiendo, congregando, amando, dando. 
Y si a veces derramamos lágrimas y parecemos desfallecer, ese derrumbamiento  temporal, hormonal, se cura pronto al recibir un poco de gratitud y  cariño y unos abrazos, que nos inyectan nuevamente toda la fuerza de la que Dios nos ha hecho capaces. 
Seamos mujeres, muy mujeres. No perdamos la feminidad, ni con tres doctorados ni un alto cargo. Porque no podemos negarle al mundo el ingrediente femenino que tanto necesita para guardar su equilibrio.

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