
por Eva María de Trujillo
Ese es el pequeño dilema diario con el que nos confrontamos la mayoría de las mujeres. Consiste frecuentemente en una aparente y enorme incoherencia entre lo que hay en el closet, en la agenda, en la autoestima y en el ánimo.
A menos de que vistamos uniforme de trabajo, la misma pregunta se plantea día tras día, toda una vida, tanto en tiempos de juventud rebosante como en tiempos de madurez, tanto en épocas de abundancia como en tiempos de escasez.
“¡No tengo nada que ponerme!“, es la trillada frase trivial con que se mofan los hombres del universo femenino.
Se pueden escribir libros sobre el tema; yo lo hice. Y mi conclusión es:
Ni el armario mejor surtido de nada nos servirá, si nos falta una determinada actitud de fondo. Lo primero que tú y yo debemos “colocar” por la mañana y mantener “puesto” todo el día, es una sonrisa sincera que viene de un corazón agradecido, que hace brillar los ojos y resplandecer el rostro; un corazón que cada mañana exclama: “¡Gracias a Dios! Hoy puedo de nuevo ser yo“.
Cada persona es irrepetible: no eres nadie más ni nadie menos que tú misma.
La certeza de saber que no tenemos que ser iguales a las demás es una buena brújula para encontrar -con algo de nociones de estética y etiqueta- el propio estilo en el fascinante laberinto de las tendencias de la moda
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