
por Eva María de Trujillo
Mínimo dos veces al año se renueva en las grandes pasarelas (Paris, Milán, Londres, Nueva York…) la paleta de propuestas de los famosos diseñadores. Muchas son aclamadas; se perfilan las tendencias que son difundidas por los medios de comunicación; las industrias de confección acogen algunas en su producción y la publicidad promueve la distribución masiva, apelando a nuestra vanidad y nuestro deseo de estar “in”.
Lo novedoso siempre atrae, porque lo rutinario aburre.
De sobra sabemos las mujeres que la moda es efímera y que la ropa que ahora se nos ofrece en los almacenes, en realidad ya pertenece al pasado, viene caducada, pues están por llegar a las bodegas las cajas con la “nueva colección” que mañana llenará las vitrinas. Apenas algo se pone de moda en la ciudad, ya está anticuado. Y aún así compramos, sabiendo que nada hay más anticuado que la moda de ayer. Y compramos porque la voz interior del espíritu gregario susurra: “¡Todas lo tienen!” y por eso: “¡yo también lo tengo que tener!”.
¿Acaso pretendo decir que nos olvidemos de la moda?
¡Jamás! La moda femenina es un mundo tentador con su permanente vaivén. Y eso es bueno; nos mantiene con ánimo joven y además proporciona trabajo para mucha gente. No hay mujer que pase por una vitrina sin mirar qué se “está usando”. No hay quien no mire una revista de moda para ponerse al día. A cualquier edad. Porque mientras vivamos, nos interesa la propia imagen, nos divierte renovarla, nos preocupa vernos atrayentes y agradables.
Pero… ¿y cuál es el pero? Que no podemos volvernos adictas, ni “fashion victims”, víctimas de la moda que compran desenfrenadamente y sin criterio lo que no deben, y deben lo que compran.
Hay que manejar la moda con señorío.
Hay que saber discernir, con autocrítica y autodominio, buscando siempre el propio estilo.
La moda es un juego y en el juego hay quien pierde y quien gana. En la moda pierde la que pierde su personalidad, o sea, pierde la que se pierde a sí misma, su dignidad, rebajándose a ser menos que una persona libre. Gana quien conserva su identidad, su singularidad, su estilo personal, su belleza, su libertad.
De sobra sabemos las mujeres que la moda es efímera y que la ropa que ahora se nos ofrece en los almacenes, en realidad ya pertenece al pasado, viene caducada, pues están por llegar a las bodegas las cajas con la “nueva colección” que mañana llenará las vitrinas. Apenas algo se pone de moda en la ciudad, ya está anticuado. Y aún así compramos, sabiendo que nada hay más anticuado que la moda de ayer. Y compramos porque la voz interior del espíritu gregario susurra: “¡Todas lo tienen!” y por eso: “¡yo también lo tengo que tener!”.
¿Acaso pretendo decir que nos olvidemos de la moda?
¡Jamás! La moda femenina es un mundo tentador con su permanente vaivén. Y eso es bueno; nos mantiene con ánimo joven y además proporciona trabajo para mucha gente. No hay mujer que pase por una vitrina sin mirar qué se “está usando”. No hay quien no mire una revista de moda para ponerse al día. A cualquier edad. Porque mientras vivamos, nos interesa la propia imagen, nos divierte renovarla, nos preocupa vernos atrayentes y agradables.
Pero… ¿y cuál es el pero? Que no podemos volvernos adictas, ni “fashion victims”, víctimas de la moda que compran desenfrenadamente y sin criterio lo que no deben, y deben lo que compran.
Hay que manejar la moda con señorío.
Hay que saber discernir, con autocrítica y autodominio, buscando siempre el propio estilo.
La moda es un juego y en el juego hay quien pierde y quien gana. En la moda pierde la que pierde su personalidad, o sea, pierde la que se pierde a sí misma, su dignidad, rebajándose a ser menos que una persona libre. Gana quien conserva su identidad, su singularidad, su estilo personal, su belleza, su libertad.
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