ETIQUETA

La espontaneidad excesiva
por  Lily Mosquera de Jensen

Me llamó la atención un artículo en El País, de Madrid, sobre la espontaneidad exagerada, y de allí extracto algunos puntos interesantes.
El artículo cita a Jacinto Benavente, quien afirma que a menudo desearíamos soltar amarras y vivir espontáneamente, sin filtros, sin miedos, sin vergüenzas, sin tener en cuenta nada ni a nadie. Esto se puede hacer a veces, pero no a todas horas. También decía otro ilustre personaje, Carl Jung, que el hombre que no ha pasado a través del infierno de sus pasiones, no las ha superado nunca. Allí podemos entrever cómo la espontaneidad, a menudo, es la presencia de nuestra niñez en sus múltiples manifestaciones tanto proactivas como reactivas. Y nadie supera en deseo a los niños.
Todos pretendemos lograr la mayor libertad interior posible y creemos lograrla, pero en realidad está condicionada por nuestros propios deseos. La libertad implica responsabilidad y a la vez, el compromiso de hacernos auténticos, que no es lo mismo que naturales.
Ser auténtico es ser confiable, ser uno mismo, no precisar de la mentira, ni de la manipulación a los demás. Es hacerse cargo, responsablemente, de las consecuencias de las franquezas propias. Pero no llegar al extremo de creer que entre menos nos limitemos, seremos más sinceros y auténticos. Llevado al otro extremo, lo protocolario aparentaría ser rígido y ficticio.

Como la virtud está en el medio, respecto a la confianza y la seguridad personal, lo propio es darse a conocer tal como se es, decir abiertamente lo que se piensa, lo que se siente, mostrarse auténtico, guardando siempre el respeto.  Al mismo tiempo, resulta indispensable tener en cuenta a los demás, demostrar confianza y estar dispuestos a escuchar.
Los procesos de educación, aprendizaje y madurez, por naturaleza incluyen la capacidad de dominar la impulsividad, es decir procurar comportamientos proactivos, ser capaces de negociar y expresar el desacuerdo e incluso el enfado de forma asertiva, sin reactividad.
Es clave enseñar a los niños que mostrarse indignado no tiene por qué significar mostrarse agresivo. No hay que confundir firmeza con atropello.

 
Como conclusión encuentro que no se debe fomentar la cultura que aplaude sólo a las personas arrojadas o pasionales, mientras se menosprecia a las cívicas, templadas o controladas, a quienes a menudo se les tilda de estiradas o que no tienen sangre en las venas. Hay términos medios. Termina el artículo afirmando: “La verdadera libertad consiste en el dominio absoluto de sí mismo”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario