por Lily Mosquera de Jensen
Desde que estaba pequeña, me parece difícil de entender dos hechos bastante comunes: uno, que las personas no quieran revelar su edad, y dos, que alguien que prepare algo delicioso no quiera compartir su receta.
Yo siento lo contrario; si a alguien le gusta lo que yo cocino, me encanta enseñarle cómo hacerlo. Cocinar es compartir, y eso implica transmitir los conocimientos, experimentos, y satisfacciones de la cocina. Enseñarle a un niño una receta es continuar una tradición familiar. Mandarle una mermelada a una amiga de cumpleaños, acompañada de una tarjeta con la receta, es el mejor regalo. Las recetas “secretas” sólo están condenadas al olvido. Las que se transmiten cobran vida y aumentan su valor al replicarse y cambiar de manos.
Respecto a la edad, naturalmente que al ir cumpliendo más y más años, siento el peso de los números, pero en el fondo no veo lógico el esconder los años vividos. No veo por qué debe darle pena a una persona decir su edad; si los otros creen que tiene más, pues se enterarán que es más joven y si creen que tiene menos, quiere decir que no los aparenta. Los años son como el recorrido que uno hace por la vida; si lo midiéramos en kilómetros, nos sentiríamos orgullosos.
Cada uno de esos kilómetros de vida representa instantes o días en los que aprendemos, compartimos y crecemos. Una amiga curiosa resolvió ponerse un medidor de distancia recorrida mientras estaba todo un día haciendo las labores normales del día y al final del día, ella misma se sorprendió al darse cuenta que había caminado 6 kilómetros, sin salir de su casa! Sin duda esa distancia se recorrió haciendo obras por los demás, aprendiendo y enseñando. Cada día recorrido es un regalo, un privilegio.¿ Por qué tratar de negarlo?
Pero a las mujeres (y cada vez más a los hombres) nos abruma la vanidad y la mayoría no están dispuestas a contar cuántos años ha costado ese recorrido. ¿Por qué no? Admiro a una amiga, ejecutiva brillante y valiosa, bonita y elegante, quien dice su edad sin ningún reparo, aunque ya pasó de los 70 y puede darnos ejemplo de trabajar, trabajar y trabajar. Me gusta destacar la altivez de un amigo de 91 años, guapo y lleno de energía, con la vitalidad y brillantez de un hombre joven, que monta a caballo todos los domingos y está al frente de sus negocios, con su computador en su escritorio todos los días, sin doblegarse ni un instante por todo el kilometraje recorrido que lleva. El parece demostrar que los años no doblegan y que su físico lleno de vigor y dinamismo lo ha logrado por su inmenso amor por la vida. Sin duda por eso se siente orgulloso de poder contar sus 91.
¿Qué se saca con esconder nuestras recetas y nuestra edad? Allí está todo los que hemos vivido y aprendido. De cierta manera, allí está la recopilación de nuestra vida.
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