
por Eva María de Trujillo
Que una mujer pueda dedicarse ‘solo’ al hogar, a su familia y a su 'buena mesa', se considera hoy un lujo. Para la que trabaja adicionalmente fuera de su casa, el ritmo laboral actual, por supuesto, a veces le dificulta conciliar el trabajo externo con el del hogar.
La ausencia diurna de la mujer y su presencia por la noche, a veces ya cansada e irritable, enfría el hogar; lo va convirtiendo en un mero cobijo para descansar y volver a salir; el fogón de antaño se ha apagado, la mesa se va olvidando; cada cual enciende el televisor, busca en la nevera y come cualquier cosa en cualquier parte, en la barra de la cocina, en un sofá de la sala, en la cama... Parece que hubiera pasado la moda la mesa.
Vale la pena hacerse el propósito de recuperarla como centro de la familia.
En torno a una mesa, sencilla pero puesta con detalles de cariño, los miembros de la familia vuelven a sentarse juntos, vuelven a mirarse frente a frente, a conocerse, a nutrirse con ideas y alimentos, a dialogar, a compartir vivencias, historias y costumbres, a celebrar sus logros y a forjar su identidad familiar.
La mesa familiar cumple una importante función educativa y comunicativa. No la despreciemos. Un hogar sin mesa parece una posada para extraños.
Si se estuviere perdiendo, urge restaurar la costumbre de comer juntos, al menos una vez al día. Por supuesto, esto exige que cada uno renuncie por un rato a algo: a su comodidad, a programa favorito, a su celular, a su chateo, a su independencia, y en cambio aporte su presencia y su tiempo, colaborando para poner la mesa o preparar un plato.
Al principio habrá protestas y roces, pero si mamá insiste con una sonrisa y papá la apoya, se acabará por construir un ambiente de confianza, pertenencia, buenos recuerdos, se rescatará la comunicación familiar, se formarán buenas costumbres, se irán cuidando los detalles, se cultivará el buen vestir en casa, se ganará muchísimo en cultura de vida.
Y si mamá sabe además comenzar la comida con una oración para bendecir los alimentos y dar gracias, todos se harán mucho más conscientes de la gran fortuna que tienen de tener un techo, una comida y personas a su lado que los aman.
Esa sí es riqueza verdadera.
La ausencia diurna de la mujer y su presencia por la noche, a veces ya cansada e irritable, enfría el hogar; lo va convirtiendo en un mero cobijo para descansar y volver a salir; el fogón de antaño se ha apagado, la mesa se va olvidando; cada cual enciende el televisor, busca en la nevera y come cualquier cosa en cualquier parte, en la barra de la cocina, en un sofá de la sala, en la cama... Parece que hubiera pasado la moda la mesa.
Vale la pena hacerse el propósito de recuperarla como centro de la familia.
En torno a una mesa, sencilla pero puesta con detalles de cariño, los miembros de la familia vuelven a sentarse juntos, vuelven a mirarse frente a frente, a conocerse, a nutrirse con ideas y alimentos, a dialogar, a compartir vivencias, historias y costumbres, a celebrar sus logros y a forjar su identidad familiar.
La mesa familiar cumple una importante función educativa y comunicativa. No la despreciemos. Un hogar sin mesa parece una posada para extraños.
Si se estuviere perdiendo, urge restaurar la costumbre de comer juntos, al menos una vez al día. Por supuesto, esto exige que cada uno renuncie por un rato a algo: a su comodidad, a programa favorito, a su celular, a su chateo, a su independencia, y en cambio aporte su presencia y su tiempo, colaborando para poner la mesa o preparar un plato.
Al principio habrá protestas y roces, pero si mamá insiste con una sonrisa y papá la apoya, se acabará por construir un ambiente de confianza, pertenencia, buenos recuerdos, se rescatará la comunicación familiar, se formarán buenas costumbres, se irán cuidando los detalles, se cultivará el buen vestir en casa, se ganará muchísimo en cultura de vida.
Y si mamá sabe además comenzar la comida con una oración para bendecir los alimentos y dar gracias, todos se harán mucho más conscientes de la gran fortuna que tienen de tener un techo, una comida y personas a su lado que los aman.
Esa sí es riqueza verdadera.
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