MODA

LAS PRINCESITAS Y SU IMAGEN
por Eva María de Trujillo


¡Qué alegría observar a niñitas disfrazándose de princesas y soñando con vivir felices para siempre en su castillo. El vestido de princesa tiene el poder de volver a las pequeñas aún más delicadas, más encantadoras, más femeninas, más tiernas, más cándidas; este atuendo mágico repercute instantáneamente en sus movimientos y gestos; y ellas mismas saben que así son más lindas. 

Las princesitas de antaño, según los cuentos de hadas de Grimm y Andersen, esperaban ser salvadas por su príncipe; en cambio, en  las versiones modernas de Disney se lanzan a tomar en sus propias manos las riendas del destino. Pero, igual, hay una constante en ellas que es una gran cualidad: su gran poder de atracción sin provocación.  

A las princesas se les admira, se les trata con caballerosidad respetando su fragilidad. Para ser tratada como princesa, la  primera regla parece ser: saber inspirar ternura; saber gustar sin ser provocadora; saber ser atrayente sin usar armas de seducción. El encanto discreto de princesa desaparece en cuanto se falta a la finura o al pudor.

Ciertamente existen reglas para ser percibida como “princesa”. Que lo digan esas revistas especializadas en reinas y princesas de la vida real, contando, por ejemplo, todo lo que jamás puede ponerse la Duquesa de Cambridge, Kate (excelente referente de estilo clásico), o que confirmen el extenso “dress code” que debe acatar doña Letizia para no faltar al protocolo y estar a la altura que se espera de una reina. Y si hojeamos las revistas más recientes, ya vislumbramos con qué esmero se está cuidando la correcta imagen personal de la pequeña princesa de Asturias, Leonor, de apenas doce años.

Obviamente, el estilo de vida nuestro es bastante diferente al de la realeza. No vivimos en palacios, pero sí tenemos en común con reinas y princesas la responsabilidad de cuidar nuestra imagen, nuestro buen nombre y dignidad, nuestra elegancia discreta. Y de cuidar la de ‘nuestras’ princesas, formándolas bien y evitando que, en cuanto crezcan y usen sus redes sociales, ellas mismas se encarguen de estropear su imagen. 

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