
El trato delicado
por Eva María de Trujillo
Las relaciones interpersonales se han vuelto más descomplicadas, pero la informalidad no debe llevarnos a descuidar los buenos modales. No dejemos que en nuestro entorno laboral y familiar se impongan la rudeza, la falta de respeto, la ramplonería. Defendamos la delicadeza en el vocabulario, la finura en el trato entre hombre y mujer, la cordialidad respetuosa entre las generaciones, así como la modestia en el vestir.
Promover una cultura de delicadeza implica a veces ir contra corriente. No es siempre fácil, pero recordemos que lo que decimos y hacemos –consciente o inconscientemente– influye en los hábitos de otras personas. Nosotras ‘hacemos’ la cultura cotidiana.
¿Dónde empezamos?
Pues, con nosotras mismas. Con su manera de ser y hablar la mujer determina el tono en que se le responde; crea un clima de amabilidad en su entorno; determina la calidad de relación que se establece con ella. Las buenas costumbres y la amabilidad son “idioma materno”; se aprenden en el hogar y se ‘hablan’ en muchas partes.
Entre muchos otros, sugiero estos puntos concretos:
• Palabras clave: por favor, gracias, perdón
• Saludar con amabilidad a toda persona
• Acoger con especial cariño al niño
• Dar importancia a la persona de edad
• Hablar con suavidad, sin gritos
• Expresarse clara y correctamente
• Escuchar con atención, sin interrumpir
• Evitar hacer comentarios negativos sobre otros
• Agradecer todo detalle
• Prestar gustosamente un pequeño servicio
• Respetar el tiempo de los demás
• Respetar el espacio personal de cada persona
• Dominar la propia impaciencia y mal genio
No se trata de mera cortesía, sino de valorar la dignidad de cada persona por el hecho de serlo. Y si acaso alguna vez nos costara mucho tratar a alguien con amabilidad, apliquemos una motivación sobrenatural infalible: tratemos a la persona con todo nuestro aprecio… por amor a Dios.
Promover una cultura de delicadeza implica a veces ir contra corriente. No es siempre fácil, pero recordemos que lo que decimos y hacemos –consciente o inconscientemente– influye en los hábitos de otras personas. Nosotras ‘hacemos’ la cultura cotidiana.
¿Dónde empezamos?
Pues, con nosotras mismas. Con su manera de ser y hablar la mujer determina el tono en que se le responde; crea un clima de amabilidad en su entorno; determina la calidad de relación que se establece con ella. Las buenas costumbres y la amabilidad son “idioma materno”; se aprenden en el hogar y se ‘hablan’ en muchas partes.
Entre muchos otros, sugiero estos puntos concretos:
• Palabras clave: por favor, gracias, perdón
• Saludar con amabilidad a toda persona
• Acoger con especial cariño al niño
• Dar importancia a la persona de edad
• Hablar con suavidad, sin gritos
• Expresarse clara y correctamente
• Escuchar con atención, sin interrumpir
• Evitar hacer comentarios negativos sobre otros
• Agradecer todo detalle
• Prestar gustosamente un pequeño servicio
• Respetar el tiempo de los demás
• Respetar el espacio personal de cada persona
• Dominar la propia impaciencia y mal genio
No se trata de mera cortesía, sino de valorar la dignidad de cada persona por el hecho de serlo. Y si acaso alguna vez nos costara mucho tratar a alguien con amabilidad, apliquemos una motivación sobrenatural infalible: tratemos a la persona con todo nuestro aprecio… por amor a Dios.
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