Cuando mi esposo falleció en un accidente hace 14 años, mis hijos tenían 6,12 y 19 años. Cada uno era un mundo diferente por su edad. Tenia que vivir mi propio duelo y ayudarles a ellos.
Con la ayuda de Dios y el amor de familiares y amigos fuimos saliendo adelante, pero creo que lo que más me ayudó fue el haber sembrado junto con mi esposo valores en los hijos que alivianaron mi trabajo. A los tres se les prodigó amor, educación y atención pero a cada uno se le hizo sentir siempre especial, único, amado y aceptado tal como era.
Con la ayuda de Dios y el amor de familiares y amigos fuimos saliendo adelante, pero creo que lo que más me ayudó fue el haber sembrado junto con mi esposo valores en los hijos que alivianaron mi trabajo. A los tres se les prodigó amor, educación y atención pero a cada uno se le hizo sentir siempre especial, único, amado y aceptado tal como era.
Les disciplinamos con amor, no les estábamos comprando juguetes y ropa por cubrir un capricho, solo sí realmente lo necesitaban y sí no, tenían que esperar para el cumpleaños o la Navidad. En ocasiones las conseguían con su propio esfuerzo. Desde muy pequeños los motivamos a tener sus propios negocios: hacían helados, galletas, chocolates que vendían a familiares, conocidos y vecinos. Aprendieron a ahorrar y ser detallistas comprando los regalos de cumpleaños o navidad para la familia o amigos.
Tratábamos de que cada ocasión, desde el evento más sencillo, fuera especial y que lo pasáramos contentos sin gastar mucho. Vieron siempre el amor que nos prodigábamos y se les dio ejemplo de generosidad y fortaleza ante las dificultades, lógicamente escuchándoles primero y permitiendoles desahogarse. Pero lo más importante; enseñándoles a tener siempre a DIOS EN SU VIDA.
“Papás siembren y no dejen de sembrar”.
Tratábamos de que cada ocasión, desde el evento más sencillo, fuera especial y que lo pasáramos contentos sin gastar mucho. Vieron siempre el amor que nos prodigábamos y se les dio ejemplo de generosidad y fortaleza ante las dificultades, lógicamente escuchándoles primero y permitiendoles desahogarse. Pero lo más importante; enseñándoles a tener siempre a DIOS EN SU VIDA.
“Papás siembren y no dejen de sembrar”.
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