
Por Sonia A. Muñoz F. MD
La salud y la enfermedad son procesos vitales que afectan ostensiblemente nuestra manera de actuar. La salud como “un proceso dinámico y equilibrado en la situación existencial del hombre” y la enfermedad como “un acontecer humano que remueve nuestra experiencia vital y nos permite observar la realidad de otra manera” (Osorio, 1993).
Todos hemos experimentado en nuestra vida muchos momentos saludables y hemos padecido alguna que otra enfermedad; otros han tenido padecimientos crónicos, muchas veces desde temprana edad o han sufrido problemas inesperados y acaso absurdos. Sin embargo, lo más importante es cómo nos sentimos acerca de estos procesos que indefectiblemente afectan al ser humano. Podemos estar sanos y sentirnos y comportarnos como enfermos, como en el caso de las personas hipocondriacas o podemos estar enfermos y comportarnos como una persona saludable.
La enfermedad no afecta solo nuestro ámbito físico, afecta también las esferas psicológica, espiritual, familiar y social.
Pero… ¿dónde se aprende a responder en forma adecuada o inadecuada frente a la salud y a la enfermedad? Es necesario retornar al seno familiar. Allí aprendimos por ejemplo a llamar la atención cuando siendo infantes nos caímos y, al llorar, nuestra mamá nos cargaba, le cantaba a la rodillita herida, ponía vendas y nos daba una bebida cálida o empezamos a ser fuertes, si ella nos decía “párate que no es nada, sigue jugando” y si acaso nos ponía una cura.
Es importante saber que todos tenemos un umbral genéticamente determinado para el dolor físico, por ejemplo las personas afro-descendientes son mas lábiles al dolor que otras.
Pero el umbral para el sufrimiento humano (léase la actitud frente a la vida) depende de las experiencias vividas y de los hábitos operativos buenos (virtudes) que nos hayamos propuesto aprender; como la resiliencia, la fortaleza, y el amor por la propia vida junto al sentido de trascendencia.
Solo analizando así estos dos conceptos, podremos entender nuestras carencias, si es que estamos sanos y nos vivimos quejando; o podemos ser un ejemplo de vida frente a la enfermedad que padecemos, pero que nos manifiesta frente a los demás como personas alegres, que no se quejan, que ofrecen su dolor al Altísimo y que le encuentran el verdadero sentido a la vida y a sus padecimientos.
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