
Por Lily Mosquera de Jensen
Todos sabemos que las relaciones humanas no son siempre jubilosas. Sigmund Freud analizó la felicidad como el centro de la vida humana. “Todo ser humano quiere hacerse feliz”, afirmaba. El sufrimiento es la mayor causa de infelicidad y puede provenir de las enfermedades, de las destructivas fuerzas de la naturaleza, pero la más dolorosa causa de infelicidad es la originada por un deterioro en nuestras relaciones con los demás.
Lo importante es percibir a los demás como una fuente de felicidad en vez de que sean un estorbo. Compartir una manzana y regalarle al otro la mitad, puede proporcionar más felicidad que comérsela solo.
Debemos tratar de prevenir situaciones lamentables y evitar que los disgustos sucedan, aunque nos cueste bastante esfuerzo. Debemos entrenarnos en aprender a adquirir este comportamiento correcto, poniendo de verdad voluntad en ello para actuar civilizadamente.
Cuando hayamos desarrollado la sensibilidad para percibir los sentimientos y las necesidades de los otros, hemos aprendido a amar.
El problema no es que los humanos sean por naturaleza incapaces de saber amar sino que las circunstancias de la vida a veces les impiden aprender. Pero, igual que se aprende a leer, a nadar, a montar en bicicleta, se necesita que alguien le enseñe y que decida practicarlo.
Primero que todo disciplinar nuestro ego a mirar mas allá de nuestras necesidades inmediatas; así tendremos la oportunidad de entender lo que es el amor. Que en nuestro trato con los demás tratemos de complacer, de agradar, para lograr unas buenas relaciones y por añadidura viene el amor. Esas buenas relaciones implican buenos modales, consideración, benevolencia, respeto.
Por otro lado, ese entrenamiento requiere limpieza de corazón. La persona amargada, malintencionada y cargada de rencores que corroen el corazón, estará lejos de lograrlo, por lo tanto, la felicidad le será esquiva y en su vida diaria no experimentará esos pequeños momentos de alegría deliciosa que proporcionan las buenas relaciones con los demás, que gratifican tanto el espíritu.
No hay nada más reconfortante que un abrazo cálido, sincero, que trasmite buenos deseos y verdadero afecto. No pocos distanciamientos se han solucionado con un abrazo cariñoso que hace olvidar el agravio y recompone la relación.
Para aprender a amar, sea comprensivo con los sentimientos de los demás, combata el egoísmo, tenga buen modo, buenos modales y no deje que su corazón se endurezca.
Lo importante es percibir a los demás como una fuente de felicidad en vez de que sean un estorbo. Compartir una manzana y regalarle al otro la mitad, puede proporcionar más felicidad que comérsela solo.
Debemos tratar de prevenir situaciones lamentables y evitar que los disgustos sucedan, aunque nos cueste bastante esfuerzo. Debemos entrenarnos en aprender a adquirir este comportamiento correcto, poniendo de verdad voluntad en ello para actuar civilizadamente.
Cuando hayamos desarrollado la sensibilidad para percibir los sentimientos y las necesidades de los otros, hemos aprendido a amar.
El problema no es que los humanos sean por naturaleza incapaces de saber amar sino que las circunstancias de la vida a veces les impiden aprender. Pero, igual que se aprende a leer, a nadar, a montar en bicicleta, se necesita que alguien le enseñe y que decida practicarlo.
Primero que todo disciplinar nuestro ego a mirar mas allá de nuestras necesidades inmediatas; así tendremos la oportunidad de entender lo que es el amor. Que en nuestro trato con los demás tratemos de complacer, de agradar, para lograr unas buenas relaciones y por añadidura viene el amor. Esas buenas relaciones implican buenos modales, consideración, benevolencia, respeto.
Por otro lado, ese entrenamiento requiere limpieza de corazón. La persona amargada, malintencionada y cargada de rencores que corroen el corazón, estará lejos de lograrlo, por lo tanto, la felicidad le será esquiva y en su vida diaria no experimentará esos pequeños momentos de alegría deliciosa que proporcionan las buenas relaciones con los demás, que gratifican tanto el espíritu.
No hay nada más reconfortante que un abrazo cálido, sincero, que trasmite buenos deseos y verdadero afecto. No pocos distanciamientos se han solucionado con un abrazo cariñoso que hace olvidar el agravio y recompone la relación.
Para aprender a amar, sea comprensivo con los sentimientos de los demás, combata el egoísmo, tenga buen modo, buenos modales y no deje que su corazón se endurezca.
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