Educar en generosidad
Por Elizabeth Aguilar
Les parecerá conocida la siguiente situación: “Hijito, por favor comparte, no seas egoísta”, “regálale un chocolate a Pedrito” y, finalmente, el niño lo hace, pero con lagrimas en los ojos.
Los valores no se imponen a la fuerza, por eso hay que vivirlos primero, practicándolos con frecuencia delante de los hijos de modo que ellos descubran gradualmente todo su atractivo, hasta que brote de cada uno la convicción de que “ser generosos” vale la pena.
La generosidad la aprenden de sus padres, cuando ven que son detallistas, que no están apegados a lo material, que comparten sus pertenencias y su tiempo sin ningún egoísmo entre ellos, con el resto de la familia y con personas necesitadas. No se necesita tener mucho dinero para dar o ayudar a otros.
Hay que explicarles con ejemplos gráficos y vivenciales, que la generosidad y el servicio a los demás son deberes que -cuando los cumplimos- nos hacen sentir muy bien, con la alegría y la satisfacción de hacer algo bueno para los demás.
Es bueno mostrarles, con ejemplos, la tristeza que produce el egoísmo.
Y enseñarles a practicar la generosidad cuando alguien necesite una ayuda que ellos pueden brindar, según sus posibilidades, con todo gusto y amor desinteresado. Porque cuando dan un regalo o una ayuda económica no deben intentar recibir nada a cambio, ni estar pendientes de lo que hará la persona con el regalo; simplemente que lo den y luego se olviden de él.
No se preocupe si a sus hijos les cuesta dar, prestar o compartir. Lo importante es que, a pesar de ello, lo hagan porque están convencidos de que es lo mejor para los demás y para ellos.
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