MODA



Que las niñas inspiren ternura

Por  Eva Maria de Trujillo

¡Cuánto  han sabido esmerarse las mujeres, desde siempre, para vestir a las niñas pequeñas!  
Con crinolinas, vuelos, fruncidos, pellizcos, bordados en cruz y de nido de abeja, lazos y moños saben convertir una simple tela de algodón en una obra de arte; sí, en una envoltura elaboradísima para idealizar a una criatura dulce, frágil y muy vulnerable.

“Las niñas deben inspirar ternura”, afirmaba una amiga mía que diseñaba vestidos  soñados para las chiquitas, y agregaba:
“...y me duele cuando las visten para inspirar algo diferente”. 
Se me han grabado sus palabras; merecen pensarse.
Me recuerdan que, por un lado, el vestido inspira a quien lo lleva  a portarse de determinada manera - las niñas vestidas de princesa quieren parecerlo de verdad -. Por otro lado, el vestido inspira también a quien lo observa a una determinada actitud. Por ende, el vestido protege: protege no sólo del frío o del sol, sino también de miradas con deseos u apropiaciones indebidos.
Las niñas van creciendo y lamentablemente dejan de usar moños y crinolinas, pero ojalá siguieran  inspirando siempre el deseo de ser protegidas y tratadas con ternura. Porque cada una de ellas es una persona de valor inmensurable, una joya; y sería absurdo que la madre –en su ignorancia o ingenuidad-  le comprara ropa que puede convertirla en objeto, como mercancía ofrecida en vitrina.
Sabemos que la vestimenta de la mujer adulta también inspira... El atuendo que lleve en su trabajo, en la oficina o en la calle debe inspirar agrado y respeto. El vestido que lleva en reuniones sociales, que inspire alegría o solemnidad según la importancia del evento, y que inspire admiración: "¡una señora elegante!". 
Pero aquellas prendas capaces de insinuar e inspirar una entrega, las sabrá reservar exclusivamente para su propio marido, en la intimidad.

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