Por Sonia A. Muñoz F. MD
Diciembre representa el mes de la alegría y de la esperanza hecha realidad, porque celebramos el nacimiento del Niño Dios en nuestros corazones.
La esperanza puede ser un sentimiento muy bello, pero pasajero, como todos los sentimientos. En cambio, en su verdadera dimensión, la esperanza es una virtud posible pero que cuesta y nos rescata del ambiente consumista y relativista.
Se trata de un esperar decisivo, muy activo, frente a los cambios personales, en busca de una vida más plena. En el tiempo de la Navidad nos aparta del stress y del “cuánto tienes, cuánto vales” o “cuánto me das, cuánto te aprecio”; porque nos centra en las mejoras personales, y los regalos que damos parten de nuestras acciones concretas.
El objeto de la esperanza, por tanto, no pueden ser las cosas, sino las personas y la vida misma. Se centra siempre en la realidad; no en los deseos, ni en circunstancias ideales que sabemos, no se presentarán. La esperanza es una forma de ser, una disposición permanente para actuar y una razón para hacer cambios positivos que nos lleven a un bien vivir.
La esperanza nos lleva a asumir las crisis, sean cuales sean, con una mirada realista. Nos enseña a ver la oportunidad que nos presenta la vida para aprender y para mejorar, a partir de la situación difícil o dolorosa. A dejar de quejarnos y asumir con entereza la vida. A centrarnos en el para qué me sirve…qué debo aprender… y no sumirnos en el qué y el porqué, para los cuales posiblemente nunca encontremos la respuesta adecuada.
La Navidad con esperanza, implica darnos un espacio para reflexionar y mirar llenos de alegría, optimismo, fe y amor:
- El tiempo pasado, dando gracias por los seres que ya se fueron y que nos enseñaron tanto, el trabajo que perdimos o ganamos, las circunstancias que nos rodearon… Si todo fue positivo, qué dicha y si fue negativo, ya pasó.
- El tiempo presente, dando regalos que impliquen tiempo, cambios efectivos, sonrisas, tolerancia, paciencia. Agradeciendo nuestra vida y la de todos los seres con los que la compartimos.
- El tiempo futuro, asumiéndolo con una ilusión realista y fundamentada en nuestros planes y esfuerzos efectivos.
Por algo nos cuenta la mitología griega que cuando Pandora abrió la cajita que le dio Zeus, salieron todos los males y las enfermedades, pero no pudo volver a cerrar la cajita porque en un rinconcito estaba ella, la esperanza, que es lo último que se pierde.
El objeto de la esperanza, por tanto, no pueden ser las cosas, sino las personas y la vida misma. Se centra siempre en la realidad; no en los deseos, ni en circunstancias ideales que sabemos, no se presentarán. La esperanza es una forma de ser, una disposición permanente para actuar y una razón para hacer cambios positivos que nos lleven a un bien vivir.
La esperanza nos lleva a asumir las crisis, sean cuales sean, con una mirada realista. Nos enseña a ver la oportunidad que nos presenta la vida para aprender y para mejorar, a partir de la situación difícil o dolorosa. A dejar de quejarnos y asumir con entereza la vida. A centrarnos en el para qué me sirve…qué debo aprender… y no sumirnos en el qué y el porqué, para los cuales posiblemente nunca encontremos la respuesta adecuada.
La Navidad con esperanza, implica darnos un espacio para reflexionar y mirar llenos de alegría, optimismo, fe y amor:
- El tiempo pasado, dando gracias por los seres que ya se fueron y que nos enseñaron tanto, el trabajo que perdimos o ganamos, las circunstancias que nos rodearon… Si todo fue positivo, qué dicha y si fue negativo, ya pasó.
- El tiempo presente, dando regalos que impliquen tiempo, cambios efectivos, sonrisas, tolerancia, paciencia. Agradeciendo nuestra vida y la de todos los seres con los que la compartimos.
- El tiempo futuro, asumiéndolo con una ilusión realista y fundamentada en nuestros planes y esfuerzos efectivos.
Por algo nos cuenta la mitología griega que cuando Pandora abrió la cajita que le dio Zeus, salieron todos los males y las enfermedades, pero no pudo volver a cerrar la cajita porque en un rinconcito estaba ella, la esperanza, que es lo último que se pierde.
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