
por Eva Maria de Trujillo
En Navidades, aniversarios y otras ocasiones, se sacan y hojean los viejos álbumes de fotos; se comentan y se comparten incluso en las redes. Esas fotos de antaño a veces evocan nostalgia, pero frecuentemente causan risas. ¡Cómo se burlan los muchachos! ¿y ésta quién es? ¡ ja, ja!
Tenemos que reconocer que las modas son efímeras. Irremediablemente, nada hay más anticuado y risible que las modas de ayer...
En las de los años cincuenta nos vemos como repollas con faldas de crinolinas, otras veces fajadas en faldas lápiz hasta media pierna; en los sesentas aparecemos en vestido mini y botas altas. En los años sesenta, el cabello va enredado formando una voluminosa colmena, y el maquillaje de los ojos es casi teatral, con inmensas rayas negras alargadas y pestañas postizas. Los dobladillos de las faldas suben y baja, y hasta las botas anchas del pantalón revolotean alegremente al viento de los setentas. Luego viene la moda unisex, minimalista, y a finales de los noventa se generaliza ese pantalón descaderado con la lamentable exhibición de demasiados ombligos. Las fotos son testigo.
Las mujeres somos propensas a comprar sin pensar, simplemente porque “todas lo tienen” y caemos en la trampa: “lo tengo que tener también”. Cuando no tenemos aún estilo personal, nos ponemos el “uniforme” que llevan todas en esa temporada.
Lo que se llama “tener estilo” es la manera de manejar cada una su relación con la moda. Todas queremos ser parte de la modernidad, ser aceptadas; no queremos desentonar; pero a la vez queremos distinguirnos como individuo; vestir como las demás, pero no tan “iguales”; queremos decirle al mundo “esta soy yo”.
Para vestir con estilo hay que conocer qué va bien con la propia personalidad, diferenciándolo de todo aquello que se ve como un disfraz.
La obsesión de querer estar siempre al último grito de la moda, ahoga lo personal. Las modas cambian, lo que queda finalmente es el estilo de la persona.
Algunas pocas fotos lo evidencian: hay mujeres que -aunque hayan pasado muchos años- lucen bellísimas, con una belleza válida en cualquier época, no atada a los clisés de determinada moda.
Tenemos que reconocer que las modas son efímeras. Irremediablemente, nada hay más anticuado y risible que las modas de ayer...
En las de los años cincuenta nos vemos como repollas con faldas de crinolinas, otras veces fajadas en faldas lápiz hasta media pierna; en los sesentas aparecemos en vestido mini y botas altas. En los años sesenta, el cabello va enredado formando una voluminosa colmena, y el maquillaje de los ojos es casi teatral, con inmensas rayas negras alargadas y pestañas postizas. Los dobladillos de las faldas suben y baja, y hasta las botas anchas del pantalón revolotean alegremente al viento de los setentas. Luego viene la moda unisex, minimalista, y a finales de los noventa se generaliza ese pantalón descaderado con la lamentable exhibición de demasiados ombligos. Las fotos son testigo.
Las mujeres somos propensas a comprar sin pensar, simplemente porque “todas lo tienen” y caemos en la trampa: “lo tengo que tener también”. Cuando no tenemos aún estilo personal, nos ponemos el “uniforme” que llevan todas en esa temporada.
Lo que se llama “tener estilo” es la manera de manejar cada una su relación con la moda. Todas queremos ser parte de la modernidad, ser aceptadas; no queremos desentonar; pero a la vez queremos distinguirnos como individuo; vestir como las demás, pero no tan “iguales”; queremos decirle al mundo “esta soy yo”.
Para vestir con estilo hay que conocer qué va bien con la propia personalidad, diferenciándolo de todo aquello que se ve como un disfraz.
La obsesión de querer estar siempre al último grito de la moda, ahoga lo personal. Las modas cambian, lo que queda finalmente es el estilo de la persona.
Algunas pocas fotos lo evidencian: hay mujeres que -aunque hayan pasado muchos años- lucen bellísimas, con una belleza válida en cualquier época, no atada a los clisés de determinada moda.
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