
por Eva Maria de Trujillo
Hay cosas que no queremos exhibir porque no están destinadas para miradas ajenas, no porque sean secretas, ni malas, sino porque no son públicas. Lo íntimo es la esfera privada; aquello que es muy personal.
Es normal que en las casas pongamos cortinas y puertas, porque queremos reservar lo privado y el ambiente familiar, pues no incumbe a cualquiera, ni está disponible para todos.
Se reserva lo que tiene un gran valor, porque lo que se deja a la vista de todos, deja de pertenecernos; está en la mirada, en la mente, en los comentarios de otros y expuesto a las apetencias ajenas.
Únicamente los seres que no son conscientes del valor de su intimidad, no la defienden; ellos no tienen sentido de pudor. Y no solo me refiero a la decencia en el vestir.
Claro está que el nivel de pudor de una sociedad tiene que ver mucho con el clima y su cultura. Pero hay que admitir que en el mundo occidental ha habido una tendencia marcada a desterrar la vergüenza, a desnudar todo, tanto lo corporal como lo afectivo; hay un impulso creciente de hacer público el cuerpo y la vida íntima, a expensas de la modestia, el respeto y la vergüenza. Vivimos en una era de indiscreción generalizada: todo se muestra.
En el fondo opera la vanidad en busca de aplausos para un ego enfermo, un narcisismo que bloquea la sana relación con los demás y dificulta el amor humano, que no es búsqueda de sí mismo, sino dedicación al ser amado.
A medida que en medios, redes y pantallas circulen imágenes de cuerpos sin vestir, se va atrofiando nuestra sensibilidad. Los cuerpos acaparan toda la atención opacando a las almas; todo se queda en la superficie.
Mientras más se “muestra”, menos romanticismo; más se degrada el amor a mero sexo, más se utiliza a las personas; más se trata a la mujer como objeto; más se alejan las personas del amor verdadero, de ese valiente y sagrado compromiso entre un hombre y una mujer de unirse y ser fieles para toda la vida.
Pienso que hace falta una toma de conciencia de la importancia de cuidar la intimidad. Procurando que se viva con más delicadeza el pudor, no estamos retrocediendo al pasado, ni renunciando a la belleza, ni a la comunicación moderna, sino protegiendo y custodiando lo que es valioso para vivir un gran amor.
Es normal que en las casas pongamos cortinas y puertas, porque queremos reservar lo privado y el ambiente familiar, pues no incumbe a cualquiera, ni está disponible para todos.
Se reserva lo que tiene un gran valor, porque lo que se deja a la vista de todos, deja de pertenecernos; está en la mirada, en la mente, en los comentarios de otros y expuesto a las apetencias ajenas.
Únicamente los seres que no son conscientes del valor de su intimidad, no la defienden; ellos no tienen sentido de pudor. Y no solo me refiero a la decencia en el vestir.
Claro está que el nivel de pudor de una sociedad tiene que ver mucho con el clima y su cultura. Pero hay que admitir que en el mundo occidental ha habido una tendencia marcada a desterrar la vergüenza, a desnudar todo, tanto lo corporal como lo afectivo; hay un impulso creciente de hacer público el cuerpo y la vida íntima, a expensas de la modestia, el respeto y la vergüenza. Vivimos en una era de indiscreción generalizada: todo se muestra.
En el fondo opera la vanidad en busca de aplausos para un ego enfermo, un narcisismo que bloquea la sana relación con los demás y dificulta el amor humano, que no es búsqueda de sí mismo, sino dedicación al ser amado.
A medida que en medios, redes y pantallas circulen imágenes de cuerpos sin vestir, se va atrofiando nuestra sensibilidad. Los cuerpos acaparan toda la atención opacando a las almas; todo se queda en la superficie.
Mientras más se “muestra”, menos romanticismo; más se degrada el amor a mero sexo, más se utiliza a las personas; más se trata a la mujer como objeto; más se alejan las personas del amor verdadero, de ese valiente y sagrado compromiso entre un hombre y una mujer de unirse y ser fieles para toda la vida.
Pienso que hace falta una toma de conciencia de la importancia de cuidar la intimidad. Procurando que se viva con más delicadeza el pudor, no estamos retrocediendo al pasado, ni renunciando a la belleza, ni a la comunicación moderna, sino protegiendo y custodiando lo que es valioso para vivir un gran amor.
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