
por Sonia A. Muñoz F. MD
Actualmente nos confunden con la frase “tener calidad de vida”, refiriéndose a un término que solo evoca el placer y que invita a evitar el dolor, aun procurando la muerte “con tal de no sufrir”, disfrazando la decisión de “compasión por el que sufre o el que va a sufrir”.
Se nos olvida que el dolor o el sufrimiento tienen un significado y le pueden dar un sentido sobrenatural a la vida del enfermo que lo padece. Y se confunde la felicidad del ser humano, con el “verse bien” o “sentirse bien”.
Esta tendencia a la búsqueda del placer caracteriza a la sociedad de hoy, donde se tiende al poco esfuerzo, a la búsqueda de las soluciones “fáciles”, al alto nivel de stress, mucha competitividad y pocos límites en la vida del hogar.
Esta situación nos ha llevado a valorar la salud biopsicosocial, en términos de absoluto bienestar y completa perfección física, considerando al que está en desventaja como digno de no existir para que no sufra o ¿para que no suframos los que no padecemos?...
Este es el caso, por poner solo unos pocos ejemplos, de un bebé no nacido a quien se le diagnostica síndrome de Down o que viene sin uno de sus miembros. O del adulto mayor que sufre de alguna demencia o enfermedad crónica. O de una persona que queda parapléjica o tiene una enfermedad degenerativa.
Entonces la pregunta no es “¿tenemos calidad de vida?”, sino “¿cuál es el verdadero sentido de la vida?” y “¿que aprendemos por medio del sufrimiento o el dolor?”
Cambiemos el “¿por qué?” por el “¿para qué?” y nos daremos cuenta de que todas las personas, en el estado en que estén, tienen calidad de vida.
Se nos olvida que el dolor o el sufrimiento tienen un significado y le pueden dar un sentido sobrenatural a la vida del enfermo que lo padece. Y se confunde la felicidad del ser humano, con el “verse bien” o “sentirse bien”.
Esta tendencia a la búsqueda del placer caracteriza a la sociedad de hoy, donde se tiende al poco esfuerzo, a la búsqueda de las soluciones “fáciles”, al alto nivel de stress, mucha competitividad y pocos límites en la vida del hogar.
Esta situación nos ha llevado a valorar la salud biopsicosocial, en términos de absoluto bienestar y completa perfección física, considerando al que está en desventaja como digno de no existir para que no sufra o ¿para que no suframos los que no padecemos?...
Este es el caso, por poner solo unos pocos ejemplos, de un bebé no nacido a quien se le diagnostica síndrome de Down o que viene sin uno de sus miembros. O del adulto mayor que sufre de alguna demencia o enfermedad crónica. O de una persona que queda parapléjica o tiene una enfermedad degenerativa.
Entonces la pregunta no es “¿tenemos calidad de vida?”, sino “¿cuál es el verdadero sentido de la vida?” y “¿que aprendemos por medio del sufrimiento o el dolor?”
Cambiemos el “¿por qué?” por el “¿para qué?” y nos daremos cuenta de que todas las personas, en el estado en que estén, tienen calidad de vida.
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