por Aida María Tobón de Villegas
Encontrarme con la Corporación para la Formación de la Mujer a través de uno de sus Centros –Cerronaya- hace algo más de 30 años, fue aprender a reconocerme como un ser vulnerable y con necesidad de fortalecerme como persona para afrontar situaciones difíciles por las que cualquier mujer puede pasar.
Llegue allí buscando información sobre un curso de cocina que ofrecían y encontré mucho más que eso.
Conocí personas maravillosas, acogedoras y afectuosas que se preocupaban por el bienestar de las mujeres y sus familias, y me ayudaron a ver la grandeza de mi vida diaria.
Mi primera actividad fue un curso de retiro al que asistimos un gran número de señoras jóvenes y mayores, mamás y abuelas, todas con gran calidad humana y una sonrisa que transmitía alegría, esa misma virtud que después aprendí que era la alegría de quien se sabe amada por Dios.
Recibí formación espiritual, aprendí más sobre la fe en la que mis padres me iniciaron; crecí humana y profesionalmente. Y aún después de tantos años, sigo aprendiendo y estudiando, porque la formación de una persona no termina nunca. El mundo cambia constantemente y las mujeres debemos prepararnos para eso.
Así como he recibido, sé que también debo dar, siendo multiplicadora de tanto bien recibido, empezando por mi propia familia, y colaborando en las actividades en las que la Corporación me requiera, es retribuir a Dios todo lo que Él me ha dado.
Llegue allí buscando información sobre un curso de cocina que ofrecían y encontré mucho más que eso.
Conocí personas maravillosas, acogedoras y afectuosas que se preocupaban por el bienestar de las mujeres y sus familias, y me ayudaron a ver la grandeza de mi vida diaria.
Mi primera actividad fue un curso de retiro al que asistimos un gran número de señoras jóvenes y mayores, mamás y abuelas, todas con gran calidad humana y una sonrisa que transmitía alegría, esa misma virtud que después aprendí que era la alegría de quien se sabe amada por Dios.
Recibí formación espiritual, aprendí más sobre la fe en la que mis padres me iniciaron; crecí humana y profesionalmente. Y aún después de tantos años, sigo aprendiendo y estudiando, porque la formación de una persona no termina nunca. El mundo cambia constantemente y las mujeres debemos prepararnos para eso.
Así como he recibido, sé que también debo dar, siendo multiplicadora de tanto bien recibido, empezando por mi propia familia, y colaborando en las actividades en las que la Corporación me requiera, es retribuir a Dios todo lo que Él me ha dado.
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