DE TODO UN POCO

DE LAS  VIRTUDES 
por María Beatriz Toro de Luna

Hay virtudes que en algún momento de la civilización parecen olvidadas, o devaluadas,  y al contrario, otras tienen su época de apogeo. Por ejemplo, hoy día la ‘resilencia’ tiene mucho prestigio y se dan cursos para aprender a vivirla;  en cambio, la ‘pureza’, aparece como pasada de moda, vivida si acaso por las personas de vida consagrada, pero que nada tiene que ver con los laicos ‘millenials’ del siglo XXI.
Pero - con prestigio o sin prestigio - las virtudes adornan la persona como las piedras preciosas del broche de un collar de gran valor.  Y ellas han sido estimadas, deseadas y apreciadas desde la época de los grandes filósofos anteriores a Cristo hasta nuestros días.  La persona vale más por lo que es, que por lo que hace o tiene, y el ser se engalana con virtudes.

Por paradójico que parezca, la virtud de la pureza está renovando su prestigio entre los jóvenes desde finales del siglo pasado. Varios personajes del medio de los espectáculos y la farándula que, por la oración de una madre, o las reflexiones de una profesora inteligente y coherente, o en definitiva, por un golpe de la gracia de Dios,  han dejado su vida disoluta y han asumido vivir en castidad, para entregarse definitivamente a Dios o para guardarse en espera de ese ser amado con quien compartirán el resto de su vida.

El caso de Eduardo Verástegui es muy conocido a nivel general, no solo por sus atributos físicos, sino también por su testimonio de conversión y por las películas que ha producido.
En Colombia es también muy conocida la conversión de Amada Rosa Pérez, hoy casada y madre de un bebé.  
Hay un músico que me llama la atención porque su estilo de música no está dentro de mis parámetros estéticos; se trata de Álvaro Vega, actualmente seminarista y evangelizador con el hip hop.  El dice que se siente avergonzado de las letras tan obscenas de la música que interpretaba, pero como ese estilo de música es el suyo y llega a muchos jóvenes, ahora hace su apostolado rapeando.

Y como ellos hay muchos más a nuestro alrededor, personas que guardan la mirada, el pensamiento y el corazón puros. La pureza no es la principal virtud, pero sí es la virtud del amor verdadero; es la virtud que nos enseña a vivir nuestro amor humano castamente por amor a Dios.

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