Para conocernos más, la gente pregunta: “¿tú, qué haces?”. Y, según el caso, respondemos yo elaboro, yo administro, asesoro, dirijo, diseño, fabrico, diagnostico, curo, educo, enseño, cuido, atiendo…
Es, pues, importante el “hacer”, nuestra ocupación, nuestra profesión; por medio del trabajo desarrollamos aptitudes y fortalezas personales, sacamos adelante nuestras familias, contribuimos a la construcción del bien común y al progreso de la sociedad.
El Papa Francisco ha sugerido como intención de octubre que “pidamos por el mundo del trabajo, para que a todos se pueda asegurar el respeto y la protección de sus derechos” y que “debemos recordar siempre la dignidad y los derechos de los trabajadores”.
Enseña a tus hijos a valorar el trabajo ajeno y, ayuda a los que trabajan contigo, a realizar un trabajo bien hecho; así crece su sentido de responsabilidad y se cuidan los detalles que añaden valor al trabajo diario.
Para que un trabajo esté bien hecho, primero hay que saberlo hacer (profesionalismo), y segundo, realizarlo con amor, diligencia, constancia, laboriosidad, responsabilidad, sentido de innovación. La constancia nos ayuda a perseverar en lo que nos propusimos. La laboriosidad nos lleva a aprovechar bien el tiempo, a poner orden y ser proactivas. La responsabilidad hace que asumamos las consecuencias de nuestras decisiones y acciones. La innovación ayuda a ver de un modo nuevo las cosas viejas y adaptarlas a los tiempos.
Estas y otras características del trabajo son importantes; asimismo, el ofrecerlo a Dios todos los días, para que adquiera un valor sobrenatural.
San Josemaría Escrivá veía el trabajo como “participación en la obra creadora de Dios”. Fue él a quien Dios iluminó - en la fiesta de los Angeles Custodios hace 89 años - para fundar el Opus Dei, que es, dentro de la Iglesia, un camino espiritual para todas las personas que buscan santificarse a través de los deberes de la vida ordinaria, estudio, trabajo, familia, tanto en la salud como la enfermedad, en cualquier lugar y situación en que se encuentren.
Es, pues, importante el “hacer”, nuestra ocupación, nuestra profesión; por medio del trabajo desarrollamos aptitudes y fortalezas personales, sacamos adelante nuestras familias, contribuimos a la construcción del bien común y al progreso de la sociedad.
El Papa Francisco ha sugerido como intención de octubre que “pidamos por el mundo del trabajo, para que a todos se pueda asegurar el respeto y la protección de sus derechos” y que “debemos recordar siempre la dignidad y los derechos de los trabajadores”.
Enseña a tus hijos a valorar el trabajo ajeno y, ayuda a los que trabajan contigo, a realizar un trabajo bien hecho; así crece su sentido de responsabilidad y se cuidan los detalles que añaden valor al trabajo diario.
Para que un trabajo esté bien hecho, primero hay que saberlo hacer (profesionalismo), y segundo, realizarlo con amor, diligencia, constancia, laboriosidad, responsabilidad, sentido de innovación. La constancia nos ayuda a perseverar en lo que nos propusimos. La laboriosidad nos lleva a aprovechar bien el tiempo, a poner orden y ser proactivas. La responsabilidad hace que asumamos las consecuencias de nuestras decisiones y acciones. La innovación ayuda a ver de un modo nuevo las cosas viejas y adaptarlas a los tiempos.
Estas y otras características del trabajo son importantes; asimismo, el ofrecerlo a Dios todos los días, para que adquiera un valor sobrenatural.
San Josemaría Escrivá veía el trabajo como “participación en la obra creadora de Dios”. Fue él a quien Dios iluminó - en la fiesta de los Angeles Custodios hace 89 años - para fundar el Opus Dei, que es, dentro de la Iglesia, un camino espiritual para todas las personas que buscan santificarse a través de los deberes de la vida ordinaria, estudio, trabajo, familia, tanto en la salud como la enfermedad, en cualquier lugar y situación en que se encuentren.
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