¿Por qué te complicas la vida?
por Elizabeth Aguilar
“Mami, ¿por qué te complicas la vida?”, me preguntó en cierta ocasión mi hijo menor, viéndome correr de un lado a otro, preparando una cena y ordenando todos los detalles para atender muy bien a la familia con motivo de una celebración especial. Sonreí y no le di respuesta en el momento.
Cuando me ayudaba a ordenar todo después de la reunión, le pregunté: “¿Te divertiste?”, a lo que respondió: “Claro, Mami, fue una reunión increíble; todo salió muy bien; la comida te quedó muy rica y todos se veían contentos”.
“¿Ahora ves por qué me complico la vida? Porque me encanta atender a la gente y que pasen felices; porque hace falta que alguien se complique la vida en cada hogar, para que todos pasen bien. La recompensa es verles sonreír.”
En cierta ocasión le pregunté a una joven y atractiva ejecutiva, si era casada. Ella respondió: “No lo soy, ni lo seré, porque no quiero complicarme la vida; sola me la paso muy bien”.
Las mujeres que elegimos “complicarnos la vida” lo hacemos por amor.
Nos la complicamos para hacer felices a nuestros esposos, a nuestros hijos (si Dios nos los envía), para que el hogar marche, para que todos se alimenten y vistan bien, para que tengan buena salud, o la recuperen pronto si están enfermos, así tengamos que trasnochar con ellos; para que nuestros hijos estudien y tengan un buen futuro; para que tengan buenas amistades; acompañándoles, para que practiquen algún deporte, toquen un instrumento o aprendan un arte… y celebrándoles sus fechas especiales…
Luego cuando se van de casa, continuamos complicándonos, preocupándonos para que estén bien, para que encuentren una buena esposa o esposo. Y cuando llegan nuestros amados nietos, también nos complicamos la vida, cambiando nuestros programas favoritos por irles a cuidar.
Cuando me ayudaba a ordenar todo después de la reunión, le pregunté: “¿Te divertiste?”, a lo que respondió: “Claro, Mami, fue una reunión increíble; todo salió muy bien; la comida te quedó muy rica y todos se veían contentos”.
“¿Ahora ves por qué me complico la vida? Porque me encanta atender a la gente y que pasen felices; porque hace falta que alguien se complique la vida en cada hogar, para que todos pasen bien. La recompensa es verles sonreír.”
En cierta ocasión le pregunté a una joven y atractiva ejecutiva, si era casada. Ella respondió: “No lo soy, ni lo seré, porque no quiero complicarme la vida; sola me la paso muy bien”.
Las mujeres que elegimos “complicarnos la vida” lo hacemos por amor.
Nos la complicamos para hacer felices a nuestros esposos, a nuestros hijos (si Dios nos los envía), para que el hogar marche, para que todos se alimenten y vistan bien, para que tengan buena salud, o la recuperen pronto si están enfermos, así tengamos que trasnochar con ellos; para que nuestros hijos estudien y tengan un buen futuro; para que tengan buenas amistades; acompañándoles, para que practiquen algún deporte, toquen un instrumento o aprendan un arte… y celebrándoles sus fechas especiales…
Luego cuando se van de casa, continuamos complicándonos, preocupándonos para que estén bien, para que encuentren una buena esposa o esposo. Y cuando llegan nuestros amados nietos, también nos complicamos la vida, cambiando nuestros programas favoritos por irles a cuidar.
Para que este mundo sea mejor, se necesitan muchas mujeres que quieran complicarse la vida. Si volviera a nacer, me complicaría la vida nuevamente y aún más, porque he visto los frutos y me siento muy feliz.
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