El 27 de septiembre próximo, en Madrid, España, la Iglesia tendrá la alegría de la Beatificación del Venerable Álvaro del Portillo, el primer sucesor de San Josemaría Escrivá de Balaguer, Fundador del Opus Dei.
Don Álvaro nace en Madrid el 11 de marzo de 1914. Es el tercero de los ocho hijos del hogar de Clementina Diez de Sollano y Ramón del Portillo. Desde muy joven se entrega a ayudar a los más necesitados y participa en grupos de catequesis, a pesar del peligro que muchas veces supone para él y sus amigos.
Cuando se prepara para ingresar en la Escuela de Ingeniería, su familia tiene un revés económico y más bien estudia en la Escuela de Ingenieros de Caminos como Ayudante de Obras Públicas, donde sus compañeros lo consideran un buen amigo por su generosidad, dispuesto a servir a todos y su carácter apacible.
Aficionado a la lectura, la fotografía y algunos deportes, cultiva una sólida piedad. Participa en labores de asistencia social y catequesis y, gracias a un amigo catequista del barrio Vallecas en Madrid, conoce a San Josemaría Escrivá, -un sacerdote muy alegre que me pregunta enseguida:¿Tu eres sobrino de Carmen del Portillo?-. Quedan en verse pronto, pero no se concreta la visita y el 6 de julio de 1935, Álvaro decide despedirse de él, quien lo invita al retiro del día siguiente, y aquel domingo 7 de julio, siente la llamada divina, conmovido por la predicación de aquel sacerdote sobre el amor a Dios y el amor a la Virgen.
Movido por el Espíritu Santo, pide la admisión en el Opus Dei ese mismo día del retiro. Desde entonces, vive para ser Opus Dei y en la Obra de Dios, para amar y servir a la Iglesia como Siervo bueno y fiel, hasta el día de su muerte santa en Roma el 23 de marzo de 1994.
Don Álvaro nace en Madrid el 11 de marzo de 1914. Es el tercero de los ocho hijos del hogar de Clementina Diez de Sollano y Ramón del Portillo. Desde muy joven se entrega a ayudar a los más necesitados y participa en grupos de catequesis, a pesar del peligro que muchas veces supone para él y sus amigos.
Cuando se prepara para ingresar en la Escuela de Ingeniería, su familia tiene un revés económico y más bien estudia en la Escuela de Ingenieros de Caminos como Ayudante de Obras Públicas, donde sus compañeros lo consideran un buen amigo por su generosidad, dispuesto a servir a todos y su carácter apacible.
Aficionado a la lectura, la fotografía y algunos deportes, cultiva una sólida piedad. Participa en labores de asistencia social y catequesis y, gracias a un amigo catequista del barrio Vallecas en Madrid, conoce a San Josemaría Escrivá, -un sacerdote muy alegre que me pregunta enseguida:¿Tu eres sobrino de Carmen del Portillo?-. Quedan en verse pronto, pero no se concreta la visita y el 6 de julio de 1935, Álvaro decide despedirse de él, quien lo invita al retiro del día siguiente, y aquel domingo 7 de julio, siente la llamada divina, conmovido por la predicación de aquel sacerdote sobre el amor a Dios y el amor a la Virgen.
Movido por el Espíritu Santo, pide la admisión en el Opus Dei ese mismo día del retiro. Desde entonces, vive para ser Opus Dei y en la Obra de Dios, para amar y servir a la Iglesia como Siervo bueno y fiel, hasta el día de su muerte santa en Roma el 23 de marzo de 1994.
Cuando muere un hombre que ha amado mucho y que ha sido muy amado, que ha irradiado paz y serenidad, un hombre de Dios, surge espontánea la pregunta: ¿Cuál era su secreto?
Conocí personalmente a Monseñor Álvaro del Portillo y diría que su secreto fue su gran amor al Señor que lo llevó a ver siempre todo “con los ojos de Dios”, como le oí en repetidas ocasiones, como también ante las dificultades, solía decirnos “Es cuestión de fe”.
Por esto, su presencia y enseñanzas en su viaje a Colombia del 24 de mayo al 2 de junio de 1983, dejaron una huella tan profunda que nunca lo olvidaremos. Su impulso y orientación fueron decisivos para las labores apostólicas que apenas comenzaban. Visitó el Santuario de Nuestra Señora de Chiquinquirá y aún recordamos su oración ferviente ante la Virgen: “Míranos con ojos de misericordia, porque estamos muy necesitados…”
Conocí personalmente a Monseñor Álvaro del Portillo y diría que su secreto fue su gran amor al Señor que lo llevó a ver siempre todo “con los ojos de Dios”, como le oí en repetidas ocasiones, como también ante las dificultades, solía decirnos “Es cuestión de fe”.
Por esto, su presencia y enseñanzas en su viaje a Colombia del 24 de mayo al 2 de junio de 1983, dejaron una huella tan profunda que nunca lo olvidaremos. Su impulso y orientación fueron decisivos para las labores apostólicas que apenas comenzaban. Visitó el Santuario de Nuestra Señora de Chiquinquirá y aún recordamos su oración ferviente ante la Virgen: “Míranos con ojos de misericordia, porque estamos muy necesitados…”
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